Quizá la paradoja más grande de la historia humana es que en el horror de una cruz se haya manifestado el amor más grande que el universo haya conocido. Sí, pendiendo de la cruz, al borde del colapso físico y mental, Cristo entregó voluntariamente su vida para salvarnos. Esa dimensión del amor es difícil de comprender.
El amor tiene al menos dos perspectivas. En primer lugar, encontramos que el amor solo puede darse en el contexto de una relación: es decir, entre dos personas o seres. Se necesitan al menos dos para que haya amor. El ideal es el amor recíproco, en el que el amor es un canal de ida y vuelta donde la persona que ama, al mismo tiempo, recibe amor. En ese sentido, Dios ejemplifica esta relación de perfecto amor, por esa relación íntima que tienen entre sí las tres personas de la Deidad. Una relación que jamás podremos comprender los seres creados.
Por otro lado, se encuentra el amor incondicional. En el amor incondicional, se siguen necesitando dos personas. En realidad, el amor siempre es hacia una persona. Somos los seres humanos los que hemos desvirtuado el amor, centrándolo en cosas o cosificando a las personas. La única diferencia es que el amor incondicional no depende de la respuesta de amor de la persona amada. Ama sin condiciones. Es un amor sin reglamentos ni disposiciones. Es un amor que fluye sin que necesite una devolución.
A decir verdad, el amor de Dios siempre espera una respuesta humana, pero la respuesta que espera está motivada no por una necesidad egoísta de ser amado, sino por la convicción de que solo hay vida en esa relación de amor con él. Solo el amor trae vida, y la única manera de despertar el amor es amando.
Y allí, en la cruz, antes de que hayas nacido, aun sabiendo que lo despreciarías y rechazarías, Dios nos estaba amando en Cristo Jesús. La inmensidad inigualable de este amor es presentada por el apóstol Pablo en su carta a los Romanos: “Cuando éramos totalmente incapaces de salvarnos, Cristo vino en el momento preciso y murió por nosotros, pecadores. Ahora bien, casi nadie se ofrecería a morir por una persona honrada, aunque tal vez alguien podría estar dispuesto a dar su vida por una persona extraordinariamente buena; pero Dios mostró el gran amor que nos tiene al enviar a Cristo a morir por nosotros cuando todavía éramos pecadores” (Rom. 5:6-8, NTV).
No esperó a que le rogáramos que viniera. Incluso, cuando vino, siguió adelante con su plan de salvación aun cuando los suyos y la humanidad lo rechazaron. Es probable que ninguno de los que observaron esa escena sobre el Gólgota haya comprendido completamente lo que estaba sucediendo. Y sabiendo que, aun después de haberlo comprendido, millones lo rechazarían, aun teniendo la certeza de ese rechazo, Cristo decidió morir por nuestros pecados. ¡Maravilla del amor divino!
Hoy, la buena nueva es que dado que fuimos reconciliados con Dios aun antes de haber aceptado a Cristo, al aceptar su muerte tenemos la certeza de la salvación: “Pues, como nuestra amistad con Dios quedó restablecida por la muerte de su Hijo cuando todavía éramos sus enemigos, con toda seguridad seremos salvos por la vida de su Hijo” (vers. 10).
Este mes, cuando la cristiandad conmemora el mayor acto de amor que el universo haya testificado, aprovechemos para que otros comprendan ese acto de amor y decidan responder con una entrega amorosa a Cristo. RA
hola !!! quisiera alguien me diga porque dios se levo a mi hija al cielo , si yo con mi pecado soy causante de esta desicion.. Manuela era ser de luz , buena , excelente hija y hermana..solo tenia 21 años..gracias saludos para ustedes.